17 de enero de 2010

El Cartel de los Sapos

Casi no miro televisión porque creo que puede llegarme a embrutecer si observo tantas cosas vacías que abundan en esa caja negra. Es más, creo que ella es la causante de tanta distorsión en la realidad de las personas. Claro que hay de todo, buenos y malos programas, aunque estos últimos abundan más. Dentro de ellos están las malísimas novelas mexicanas que nos invaden en buena parte de la programación nacional.

Sin embargo, siempre he oído buenos comentarios de las novelas venezolanas, colombianas y brasileñas. Cuando me hablaron por primera vez del Cartel de los Sapos creí que era una más del montón, con una trama asquerosamente romántica y cursi. Pero ante la insistencia de mi tío, mi prima y mi mamá (quienes tampoco ven novelas) y la fama que tenía, me decidí a verla en diciembre con el set de cd's chafas.

Qué les puedo decir, esta producción cien por ciento colombiana basada en un libro autobiográfico real sobre el narcotráfico colombiano superó por completo mis expectativas. Muy buenos actores, buen guión, excelentes locaciones, excelente producción, montaje perfecto, buena fotografía, etc, etc, etc, pero sobre todo una historia muy interesante. Eso es hacer buena televisión chica latinoamericana. No se las cuento, mejor mírenla. ¡¡Me gustó tanto que hasta me tomé el tiempo de escribir estas líneas para invitarlos a que la vean!! Creo que es una obra que vale la pena disfrutar porque se conoce algo sobre el narcotráfico. Ahora mi idea es leer el libro que seguramente está igual de bueno.

Todas las actrices que salen son bellísimas, mi favorita es la sensual Nataly Umaña (Juanita en la novela) de quien presento una foto para nuestro deleite.

8 de enero de 2010

Dios como mercancía

Quiero hacer unos comentarios al artículo titulado ¿Comprar el cielo? de la columnista Carolina Escobar Sarti, publicado en Prensa Libre el sábado 2 de enero (p. 14), el cual me parece muy atinado.

En primer lugar es cierto que si todo destino ultraterrenal de los humanos está ya establecido por el ser supremo, no hay necesidad que la iglesia o cualquier persona sea intermediaria para "ayudar" en la salvación del creyente. ¡Mucho menos que tenga que haber dinero de por medio para alcanzar la salvación!

Es más, no entiendo cómo los creyentes piensan que necesitan de una iglesia o persona para la comunicación divina, cuando se supone que el ser supremo es capaz de escuchar a quien sea en cualquier momento. La autora cree que esta necesidad se debe en parte al sentimiento de culpa de los fieles causado porque les han hecho creer que son pecadores desde que nacen, gracias al pecado original. Pero también entran en juego otros elementos como la necesidad de pertenecer a un grupo, especialmente si es de élite o exclusivo, la ignorancia, la catarsis colectiva como forma de cohesión, la tradición, la persuasión del líder, etc.

En Guatemala sucede que vivimos momentos caóticos donde las cosas y acciones materiales parecen no dar respuestas satisfactorias a la vida plena. Entonces parece lógico que muchas personas busquen respuestas y esperanzas en lo divino, lo malo es que lo hacen en "templos de todas las denominaciones", como dice la autora, que después lo resume diciendo: "tiempos de crisis es igual a más fieles buscando la verdad". Incluso se llega a la frustración de tener esperanza solo en la justicia divina.

Me gusta cuando dice "hemos creado un Dios a nuestra imagen y semejanza". Esto ya me lo había dicho hace unos años un profesor universitario que me dio Antropología General. El ser humano ha creado sus dioses según su interacción con el medio.

Hay que entender este fenómeno de las iglesias y los fieles en el marco de nuestro sistema económico, donde todo se puede comprar o vender porque tiene valor en dinero, porque es un mercado libre, que para mi de libre no tiene nada.

Lo que quiero agregar a este certero artículo es que (y cito las palabras de otro profesor universitario que me dio el curso Introducción a la Ciencia Política): el capitalismo, lamentablemente, convierte todo, absolutamente todo, en mercancía.

3 de enero de 2010

Año Nuevo 2010


El conteo u ordenamiento de lo que llamamos tiempo ha sido siempre una necesidad en cualquier grupo humano para la sistematización de las actividades diarias de dicha comunidad. No por pura coincidencia los calendarios se han concebido de forma cíclica, ya que tienen sustento en los movimientos de los astros como el sol, la luna, la tierra, etc., que son cíclicos. Por eso es que celebramos el fin de un año y el comienzo de otro cuando la tierra da una vuelta completa alrededor del sol, fecha que es arbitraria de alguna manera porque no se sabe cuándo y dónde exactamente fue el inicio de dicho movimiento en órbita. De ahí que no coinciden los "año nuevo" de los distintos calendarios.

En lo que sí coinciden todos, o al menos la mayoría, es que el "año nuevo" representa un momento de "reinicio", de "volver a empezar", de "cargar baterías" para lo nuevo y para lo que ya se ha iniciado en el año anterior. Resulta siendo a veces como un respiro profundo para tomar fuerzas. Por todos lados se recibe el "año nuevo" con felicidad, alegría, propósitos, metas, etc. (al menos así lo recibimos las personas que tratamos de ser positivas), ya sea con cohetes, con oraciones, con comida y bebida o con reposo. Esto hace que sea un momento de reflexión, decisión y proposición; un momento cargado de sentimientos donde se recuerda a la familia, los amigos, los compañeros y por supuesto se rememora el pasado.

El 2010 que recién iniciamos, aunque sea un número sin sentido en sí mismo, espero que sea para mi y para ustedes un lapso de nuestras vidas donde nos realicemos como personas y que encontremos el sentido de nuestra existencia, que de repente resulta ser cíclica también (¿?). Y no lo digo solo para este año, sino para toda esa continuidad imparable que llamamos tiempo.